Friday, February 12, 2016

La expansión jazz-progresiva del universo de THIEVES' KITCHEN


HOLA, AMIGOS DE AUTOPOIETICAN, LES SALUDA CÉSAR INCA.

Hoy nos complacemos en centrar nuestra atención al disco más reciente del grupo anglo-escandinavo THIEVES’ KITCHEN: se trata de “The Clockwork Universe”, el mismo que fue publicado en la última semana de setiembre del año 2015. Ha sido uno de los discos más elogiados y celebrados en los rankings de lo mejor del género progresivo del año pasado en varias redes virtuales dedicadas al género, y queda claro que esta recepción tan abiertamente positiva está totalmente justificada. El núcleo tripartito de Amy Darby [canto], Thomas Johnson [teclados] y Phil Mercy [guitarras] ha contado con la eficaz complicidad de Paul Mallyon [batería], Johan Brand [bajo] y Anna Holmgren [flauta] para concretar en “The Clockwork Universe” un giro importante para la evolución artística del grupo. Los nombres de Brand y Holmren nos suenan tremendamente familiares a los coleccionistas de los discos de ÄNGLAGÅRD, por supuesto. Bueno, el hecho es que hoy por hoy THIEVES’ KITCHEN opera como un ensamble jazz-progresivo muy imbuido en las influencias de la escena Centerbury, aunque sin renunciar del todo a las influencias de la vieja tradición sinfónica que se tradujeron de forma muy expresiva en la trilogía precedente (“Shibboleth”, del año 2003; “The Water Road”, del 2008; y “Two For Joy”, del 2013). En general, no hay tanto una ruptura frente a caminos musicales antes recorridos como un nuevo comienzo motivado por un legado previo propio, pero de todas maneras, el aire de novedad se impone con una maestría creativa renovada. Las colaboraciones ocasionales de Tord Lindman (otra personalidad del mundo de ÄNGLAGÅRD) a las percusiones adicionales añaden matices interesantes a ciertos grooves… pero mejor pasemos de una vez a los detalles del repertorio de “The Clockwork Universe”, ¿vale?


Con ‘Library Song’ las cosas se ponen en marcha y lo hacen muy a lo grande. Tras un breve preludio sereno, incluso lánguido, el motif central se instaura con convincente energía: ostentando matices y desarrollos temáticos muy a lo Canterbury (al estilo de HATFIELD AND THE NORTH y GILGAMESH), la canción enciende llamas sonoras tremendamente cálidas en una plácida hoguera donde también hay sitio para capas y orquestaciones de los teclados que se inspiran en el modelo del sinfonismo. El canto de Darby es simplemente sublime. ‘Railway Time’ surge a continuación para aportar un poco más de robustez al ambiente general del disco, esta vez con un esquema jazz-rockero que acerca al grupo a lo que hacen bandas como la japonesa INTERPOSE+ o la estadounidense ECHOLYN. El factor progresivo está consolidado en el modo en que se articula la ingeniería de las interacciones de los instrumentistas, y sobre todo, en los pasajes intermedios donde la banda explora atmósferas más reposadas dentro de un muy natural flujo del desarrollo temático. Una mención especial va para el solo final de sintetizador, que va muy en la onda de Peter Bardens en el glorioso quinquenio inicial de CAMEL. Los siguientes 12 ½ minutos están ocupados por la dupla de ‘Astrolabe’ y ‘Prodigy’. El primero de estos temas consiste en un bello pasaje de piano de profundo carácter introspectivo, aunque no ajeno a cierta calidez espiritual, algo que se evidencia con los medidos ornamentos de guitarra y los apropiadamente tenues añadidos de bajo a la elaboración de la cadencia general. Por su parte, ‘Prodigy’ nos devuelve a los grooves sueltos y coloridos de ‘Railway Time’, así como al vitalismo pulcramente orquestado que se ha venido imponiendo (y se seguirá imponiendo) en el disco. Eso sí, vale señalar que hay un efectivo realce del factor sinfónico en algunos pasajes donde la banda coquetea abiertamente con el estándar de YES.

  

‘The Scientist’s Wife’ es la prueba de fuego del disco, una espléndida maratón progresiva de casi 20 minutos de duración en la que hacen falta dos asadores para que los músicos y Amy Darby puedan poner toda la carne musical que tiene a su disposición. La primera sección es una exhibición instrumental de expresionismos varios pulcramente amalgamados en un desarrollo melódico bien definido. La dupla rítmica no solo opera como tal strictu sensu sino que también aporta detalles productivos en algunos parajes melódicos con ornamentos inteligentemente armados. Alrededor de la frontera del quinto minuto, logramos escuchar por primera vez el canto evocativo de Darby, siendo así que el nuevo motivo ostenta una dinámica mezcla de los paradigmas de GENESIS, HAPPY THE MAN y YES. Las líneas de flauta encuentran espacios donde elaborar recursos de lucimiento mayores de los que había encontrado en las piezas anteriores del repertorio, y esto se debe a la utilización de climas pastorales dentro del entramado sonoro de turno. Por su parte, los teclados se sienten muy a sus anchas a la hora de construir las bases armónicas y capas sustentadoras para cada motivo que va surgiendo en el camino. Recalcando la importancia de la labor de los teclados, cabe destacar la saltarina belleza de los breves solos de piano eléctrico que entran a tallar al iniciarse la segunda mitad de la pieza; teniendo en cuenta que en esos momentos la guitarra se suelta más, el piano eléctrico funge como contraparte dialogante. Poco después, los instrumentistas se congregan en la elaboración de un pasaje irresistiblemente climático que curiosamente nos remite a las memorias de aquellas bandas perdidas de los 70s como son CATHEDRAL y EPIDAURUS. Poco antes de llegar a la frontera del decimosexto minuto se forja la sección final, la cual nos remite directamente a las atmósferas predominantes en la primera parte cantada de esta larga pieza... y de hecho, el factor pastoral se resalta más aún. Durando casi 4 ¾ minutos, ‘Orrery’ cierra el álbum con una calma ceremoniosa distinta a la que encontramos en ‘Astrolabe’: si en éste nos sentíamos movidos hacia la contemplación del cosmos que gira y vibra sobre nuestras diminutas cabezas, en ‘Orrery’ se nos hipnotiza para que nos centremos rigurosamente en contemplar el mundo interior, es como el trasfondo musical idóneo para una introspección que nos ha de llevar al reposo tras finalizar nuestro trayecto.

  

Todo esto fue “The Clockwork Universe”, tal vez la obra cumbre de THIEVES’ KITCHEN hasta la fecha. Sin duda alguna, este quinteto ha conquistado una nueva instancia de madurez en la sólida visión musical que se ha venido enriqueciendo desde los lejanos tiempos de su primer disco. Sin duda – y aunque suena ahora un poco tardío de decir – se trata de una de las obras progresivas más bellas y cautivadoras del año 2015, un muestrario de fabulosas musicalidades articuladas en un mágico engranaje sónico.


Muestras de “The Clockwork Universe”.-


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